martes, 11 de agosto de 2009

LA GRANDEZA DE UN SER

Tras las dunas cálidas del desierto, se podía divisar aquel corcel negro.
Fastuoso e imparable, cabalgaba ligero y brioso, como el mismo viento.
Sus crines danzaban al compás de su elegante trote, como sedas de la
suavidad más increíble.
Alzando sus patas delanteras, como queriendo alcanzar el mismo cielo,
hacía alarde de su fuerza y su bravura, mientras demostraba al mundo,
hallarse en poder de la libertad, su libertad.
El mismo sol lo acariciaba cada día, mostrando su esplendente lomo azabache.
Como un mismo dios, ávido de vida, recorría miles y miles de kilómetros
sin descanso, como queriendo encontrar una salida, un por qué, un sueño.
Cuando sentía necesidad de beber, se acercaba al oasis más próximo.
Los animales lo observaban con asombro y admiración, pero se alejaban de é.
Con sumo cuidado, se asomaba a la orilla del agua y permanecía un instante
inmóvil, contemplando su reflejo. Cuando por fin saciaba su sed, arremetía
contra el agua, como queriendo romper esa belleza que él no comprendía.
Un ejemplar único en el mundo por su hermosura, y se sentía sólo, completamente
solo.
Tal vez, algún día, alguien comprendería que era un ser realmente especial,
y que por eso, no dejaba de tener sentimientos, de sufrir, de no poder llegar
a ser feliz.
Que la lindeza o la fealdad de alguien, no hace la pureza de su alma.
Que hay que acercarse a ella, con los ojos vendados, para descubrir realmente,
la verdadera grandeza de cada ser.




-Melancolía-





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domingo, 9 de agosto de 2009

UN ENCUENTRO DESEADO


No esperaba que apareciera en ese preciso instante. Había imaginado tantas veces cómo sería, que ahora no sabía reaccionar.
No creyó que pudiera pasar realmente.
Soñaba cada día con poder besar sus labios. Los labios de esa persona a la que tanto amaba,
por cómo era, por cómo le hacía sentir.
Alguien al que necesitaba como al aire. Con el que la vida, cambiaba del color gris intenso,
para pasar al paisaje más maravilloso del mundo, con colores realmente intensos.
Su voz, le hacía sentir la caricia de la brisa en su mejilla. Su risa, el despertar del sol
en el mar. Y sus palabras, el bello reflejo de la luna sobre sus aguas.
En los momentos que compartían juntos, todo a su alrededor desaparecía.
Todo lo que le rodeaba, se transformaba en todos los sueños que ella siempre había deseado.
Jamás le importó nada de lo que en su vida pudiera ser o dejar de ser.
Lo importante, lo que amaba realmente, era a él.
Por fin podía mirarlo a los ojos.
Por fin su mirada, se reflejaría en la suya, pudiendo decirse todas esas cosas que sentían,
sin necesitar de mediar palabra.
Sus manos se rozarían, sus labios se entrelazarían y sus corazones, podrían latir al unísono,
como si de uno solo se tratase.
Por fin el único espacio que existiría entre ellos, sería el de su propia piel.
Un espacio, que jamás impediría que pudieran sentir, como se fundían sus almas, como se dejaban llevar por el amor que sentían, y que tanto tiempo, habían compartido.



-Melancolía-


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