jueves, 13 de noviembre de 2008

UN CORAZÓN


Un corazón lloraba insistentemente en la noche. Había perdido toda la ilusión por latir.
Se sentía solo, desamparado. Jamás había sentido el amor verdadero. Jamás
nadie lo acarició con ternura. Jamás supo lo que era escuchar o decir, te quiero.
Su alma estaba desconsolada, y en mil pedazos, decidió dejarse llevar lentamente.
Se abandonó en la oscuridad y en el frío intenso de la soledad. Encerró sus anhelos,
sus esperanzas y se dispuso a dormir para siempre.
La noche, que lo observaba pacientemente, decidió que no era justo. Que ningún
corazón, por grande o pequeño que fuera, debía quedarse sin saber lo que era
sentir, amar.
Bajo el brillo intenso de la luna, y con el candor de mil estrellas, la noche, lo acarició
suavemente. Lo rodeo con la ternura sutil de las nubes, que lo abrazaron con suma
delicadeza hasta el amanecer. Le susurró tenuemente te quiero. Y lo amó con la
pasión más intensa y la entrega más absoluta.
El corazón, comenzó poco a poco a vivir. Sus latidos se aceleraban por momentos.
Sus pedazos se fueron recomponiendo y se unieron con la fuerza más increíble.
Recobró sus ilusiones, sus sueños.
Desterró el llanto, abriendo las puertas a la felicidad.
Pudo amar.
Volvió a latir con intensidad, con tan sólo oír te quiero.
Y jamás, nunca jamás, se volvió a sentir solo.
Si tú puedes ser esa noche. Si puedes hacer que un corazón, pueda volver a latir
con fuerza, no dejes de hacerlo.
Acarícialo, abrázalo, y con un susurro suave, muy suave, dile……..te quiero.
Quizás un día, tú necesites oírlo para latir. O simplemente, ya lo necesites.


-Melancolía-


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martes, 11 de noviembre de 2008

CADA DESPERTAR


Cada vez que se despertaba, buscaba entre la almohada su cara.
Sus ojos cristalinos y profundos, acariciándola con la mirada.
Sabía perfectamente que era el sueño de su vida. Una vida,
que trascurría de un modo, completamente diferente, al que ella
había imaginado que sería. De un modo, que no correspondería nunca
a sus ilusiones, a sus perspectivas de lo que intuía, era llegar a
ser feliz.
Enamorada por completo, su mente se dejaba llevar en la distancia,
hacia el recuerdo del único amor verdadero que pasó por su vida.
El único capaz de darle un color intenso a sus días. De despertar una
sonrisa en su cara. De hacer que cualquier insignificante detalle,
fuera un verdadero mundo para ella. Un mundo repleto de amaneceres
maravillosos. De horas y horas intensas de amor. De susurros al viento,
con esas palabras maravillosas que te acarician el alma, esos te quieros
que pueden llenarte toda una vida.
Ella no necesitaba materialismos. Su felicidad, no consistía en objetos
que adquieres, que tantas veces pensamos, pueden darte la felicidad.
Que estúpida ironía, que equivocados estaban todos.
Tenía valores concebidos, que para nada, tenían nada que ver,
con el valor de un coche, un piso, un buen viaje cada verano, etc.
Para ella, el ser feliz, iba mucho más de todo aquello.
O mucho menos, dependiendo de quién lo mire.
Ella soñaba con despertar cada mañana, en un pequeño rincón del
Mediterráneo. Una casita sin muchas pretensiones. Lo suficientemente
amplia, para vivir con esa persona que tanto amaba.
Su habitación, su cocina-comedor, su aseo y una puerta al mar.
Poder abrir la ventana, y respirar profundamente la brisa. Ese olor tan
peculiar que solo se percibe en la costa.
Compartir desde el primer momento del día, desde el primer rayo de sol,
un abrazo, una caricia, un te quiero. Hacer del día a día, un juego. Un
momento inolvidable. Pasear cada noche por la orilla del mar, con los pies
descalzos. Donde la única luz que existiera, fuese el claro reflejo de la luna
en sobre la intensidad infinita del mar.
Dormir abrazada al amor, y hacer que su vida, fuera un eterno paraíso.
Quizás pedía demasiado. Quizás jamás pudiera conseguirlo.
Pero mientras tanto, seguiría buscando cada despertar, los ojos de aquél
que tanto echaba en falta. De aquél que esperaba, que algún día, la acariciara
con su mirada. Con la ternura más grande, que jamás había conocido.

-Melancolía-



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