
Sentada en la estación, con una pequeña maleta, espera impasible la llegada del tren.
Todavía faltan dos horas para eso, pero no le importa.
Tenía ganas de salir de ahí, escapar del mundo que le rodeaba, las calles sombrías,
la gente insensible y la monotonía del día a día, que tanto le agobiaba.
Jamás creyó que llegaría ese día. Jamás pensó que podría dejar atrás toda una vida,
para comenzar una nueva, muy lejos de allí.
No estaba acostumbrada a sentirse tan sola, rodeada de tanta gente.
Había llegado a un punto, donde todo le parecía desconocido, irreconocible.
Como si nunca hubiera vivido ahí.
Mientras esperaba, su mente comenzó a imaginar cómo sería su nueva vida.
Si realmente alcanzaría la paz para su alma, en el lugar con el que tanto había soñado.
Creía estar oliendo el aroma de la brisa. La caricia de la misma en sus mejillas,
a la vez que respiraba profundamente y sus pulmones se llenaban de esa libertad, que sólo se alcanza cuando contemplas un amanecer desde la orilla del mar, sintiendo el agua en tus pies descalzos.
Por un momento, todas las dudas que sintió sobre su viaje, su huída, se disiparon.
Su mirada se encendió y su sonrisa, comenzó a percibirse como una luz inmensa.
Se despedía en silencio de todo. Su trabajo, sus amigos, su gente.
Recordaba los largos y solitarios paseos por el parque en plena noche, en donde tal vez,
fue el único lugar en el que se sintió a gusto, se sintió ella misma.
Atrás quedaban años y años perdidos, en los que su corazón, se fue desgastando. Se fue marchitando poco a poco.
También aquellos días de lluvia intensa, que tanta tristeza le producían y la marcha de seres
queridos que dejaron una huella imborrable en su vida.
Hoy, rompía con todo un pasado, que había hecho de ella, una mujer distinta. Una mujer,
que también dejaba atrás, para volver a ser aquella, por la que tanto luchó su alma.
Una mujer con sentimientos, sensaciones y un corazón que palpite con una fuerza increíble,
por el sólo hecho de vivir la vida, a su manera.
-Melancolía-