sábado, 30 de enero de 2010

A SU MANERA


Sentada en la estación, con una pequeña maleta, espera impasible la llegada del tren.
Todavía faltan dos horas para eso, pero no le importa.
Tenía ganas de salir de ahí, escapar del mundo que le rodeaba, las calles sombrías,
la gente insensible y la monotonía del día a día, que tanto le agobiaba.
Jamás creyó que llegaría ese día. Jamás pensó que podría dejar atrás toda una vida,
para comenzar una nueva, muy lejos de allí.
No estaba acostumbrada a sentirse tan sola, rodeada de tanta gente.
Había llegado a un punto, donde todo le parecía desconocido, irreconocible.
Como si nunca hubiera vivido ahí.
Mientras esperaba, su mente comenzó a imaginar cómo sería su nueva vida.
Si realmente alcanzaría la paz para su alma, en el lugar con el que tanto había soñado.
Creía estar oliendo el aroma de la brisa. La caricia de la misma en sus mejillas,
a la vez que respiraba profundamente y sus pulmones se llenaban de esa libertad, que sólo se alcanza cuando contemplas un amanecer desde la orilla del mar, sintiendo el agua en tus pies descalzos.
Por un momento, todas las dudas que sintió sobre su viaje, su huída, se disiparon.
Su mirada se encendió y su sonrisa, comenzó a percibirse como una luz inmensa.
Se despedía en silencio de todo. Su trabajo, sus amigos, su gente.
Recordaba los largos y solitarios paseos por el parque en plena noche, en donde tal vez,
fue el único lugar en el que se sintió a gusto, se sintió ella misma.
Atrás quedaban años y años perdidos, en los que su corazón, se fue desgastando. Se fue marchitando poco a poco.
También aquellos días de lluvia intensa, que tanta tristeza le producían y la marcha de seres
queridos que dejaron una huella imborrable en su vida.
Hoy, rompía con todo un pasado, que había hecho de ella, una mujer distinta. Una mujer,
que también dejaba atrás, para volver a ser aquella, por la que tanto luchó su alma.
Una mujer con sentimientos, sensaciones y un corazón que palpite con una fuerza increíble,
por el sólo hecho de vivir la vida, a su manera.



-Melancolía-

miércoles, 27 de enero de 2010

ACANTILADO


Se vistió de negro, se soltó el cabello, y anduvo un buen rato hasta el acantilado.
La brisa soplaba cálida pero intensamente. Se acercó justo hasta el mismo precipicio,
contemplando el romper de las olas sobre las rocas.
El cielo estaba cubierto, el día era sumamente desapacible, como una clara invitación al
olvido, a la desesperanza.
La verdad es que se sentía sumamente triste. No entendía su vida, no comprendía su
desolación, pero la asumía sin ningún tipo de reproche.
Aquel paraje que tantas veces había contemplado al amanecer, desde otra perspectiva,
se había convertido en un lugar oscuro, frío, vacío.
A veces la soledad, produce eso en uno mismo. Tanta gente que la rodeaba, y nadie llenaba esos momentos tan amargos. Nadie podía hacer nada por evitarlo.
Su mente era un laberinto, en donde ella misma se perdía sin encontrar salida alguna.
En donde se encerraba a menudo, para evadirse de una realidad, que nunca quiso,
que siempre pudo con ella.
Su cara de porcelana ya no era tan tersa, tan radiante. El paso de los años y sus propias desilusiones, habían hecho mella, habían marcado su rostro con la huella evidente de la
tristeza, del desaliento, del rendimiento más absoluto.
Ahora contemplaba un cielo intensamente gris, que claramente concordaba con el estado de su alma. Alzaba los brazos hacía el cielo, y dejaba que la brisa, la zarandeara como si quisiera soportar un castigo impuesto, por no luchar, por no plantarle cara al destino.
Su vestido la empujaba con el viento, y no hacía nada por sujetarse, por resistirse a lo que esa mañana, a gritos le pedía el mar. Se dejó llevar, pensó que al volar, su alma se volvería a sentir libre.
Por primera vez, quiso escapar de un nuevo día, de sentirse así, de la incomprensión hacía ella misma. Por primera vez no sintió miedo, encontró la libertad, de la manera más fácil, dejando una estela sobre el viento, que terminó rompiendo con las olas, en aquel acantilado.



-Melancolía-

miércoles, 6 de enero de 2010

JAMÁS SE OLVIDA


Dejo que el viento acaricie mi rostro. Es frío, pero no me importa.
En mí siento la calidez, la esperanza, la ilusión por un nuevo día.
El parque es diferente. Pese a que su imagen refleja la soledad y la oscuridad
más absoluta, la luna lo ilumina de una forma muy especial.
A su lado, como siempre, mi estrella. El alma de aquella persona que tanto
añoro, y siempre me acompaña.
Paseo lentamente. Y aunque el frío se cuela por todos los rincones de mi cuerpo,
no percibo nada. Es como si mi alma estuviera exenta de sentir más allá de sus
propios sentimientos. El corazón late como nunca, y mi mente, mi mente viaja
más allá de las estrellas, cruza el horizonte, y se asienta en ese paraje inusitado,
que siempre veo en mis sueños.
Aquel que me aleja de la realidad, y me lleva a vivir la vida de otro modo.
Un mar, de un azul intenso. Una playa con la arena más fina que jamás pisaron mis pies,
y un hermoso amanecer, contemplado desde la orilla.
Allí, se encuentra él. Su mirada se cruza con la mía. Nuestras manos se entrelazan,
buscando abrazar dos cuerpos enamorados. Dos almas que se aman.
Y envueltos entre la brisa, se desata un huracán de emociones que nos embriagan
por completo, despertando deseos contenidos, sensaciones jamás vividas.
Un cúmulo de sentimientos, que nos llevan a vivir intensamente, un amor,
que jamás se olvida.



-Melancolía-