Solía despertar cada mañana, desperezándose como una niña pequeña entre las sábanas.
Cuando conseguía abrir los ojos, contemplaba desde la cama la vieja ventana de madera,
por donde se colaban entre sus rendijas, pequeños rayos de luz.
Se estiraba una y otra vez, hasta que conseguía levantarse.
Descalza, se acercaba a la ventana y la abría de par en par, alzando la cara hacia el sol,
e intentando llenar sus pulmones del aire fresco de la mañana.
Allí mismo, hiciera frío o calor, abría sus brazos y dejaba que el aire la envolviera por completo.
Para ella, era un ritual. Una manera perfecta de comenzar un nuevo día. Un modo distinto de dar gracias por ello.
La casa, era la clásica de un pueblo de montaña. Paredes gruesas que guardan en su interior el frescor más cálido en verano, y en el duro invierno, requieren de una buena chimenea y unas cuantas mantas.
Hacía unos años que se había mudado allí, agobiada por el murmullo de la gran ciudad.
Su corazón y su mente, necesitaba un escape que al principio, creyó sería corto. Pero se enamoró tanto de aquel rústico paisaje, que decidió quedarse allí una larga temporada,
quizás, toda una vida.
Mirara por donde mirara, las montañas la rodeaban.
El verde era intenso .
El aroma puro y limpio.
Y la sensación de libertad, era absoluta.
No había muchas cosas que hacer por ahí, pero tampoco las necesitaba. Hacía un tiempo,
comenzó el sueño de su vida, comenzó a escribir. Relataba cualquier cosa, vivencias,
deseos, sueños, añoranzas, recuerdos.
Un momento, un simple segundo o un minúsculo acontecimiento que en ella provocara sentimientos, era motivo suficiente, para deslizar su pluma y dibujar sobre el papel miles de palabras, que iban cobrando sentido poco a poco.
A veces, bastaba una sonrisa, una mirada, un gesto inesperado.
Otras, una dulce música mientras contemplaba las gentes de aquel lugar. Mientras observaba como vivían.
El galopar de los caballos libremente por la pradera. El ladrido de un perro, o el vuelo de una paloma.
Hasta una simple nube, en ese intenso cielo azul, era capaz de hacer volar su imaginación, para que ella, en décimas de segundo, lo moldeara de un modo, que hacía que quien la leía, tuviera las mismas sensaciones, respirara los mismos aromas, y a veces, sintiera del mismo modo.
Quizás el sueño de su vida, no fuera escribir. Quizás lo que realmente deseaba, es poder transmitir de alguna manera, esas sensaciones tan maravillosas que ella relataba, porque del mismo modo las sentía. Porque quería compartirlas, transmitirlas. Quería que todas y cada una de las personas que pudieran leerla, por un instante, pudieran dejarse llevar. Pudieran olvidar cualquier dolor, cualquier pena. Pudieran envolverse de una pizca de felicidad, desde
el primer momento, en el que comenzaban a leerla.
-Melancolía-