
Llorando tras los cristales, contempla como cae la lluvia. Su pensamiento no puede evitar
recorrer hacia atrás, un periodo de tiempo que sabe, que ya nunca volverá.
Jamás le importó la carencia de una vida repleta de comodidades, de lujo o de cualquier cosa, que el dichoso don dinero, pudiera comprar. Tenía lo más importante, el cariño y abrigo de una familia maravillosa.
Su vida transcurría en una casa alquilada, en una calle estrecha de la ciudad. No se podía decir
que estaba mal situada, porque en tan sólo unos minutos, podía alcanzar el centro, y al mismo tiempo, la catedral, que majestuosa se alzaba junto a la orilla del río.
De aquella época, le quedaron grabados numerosos detalles, que jamás podría olvidar.
Las mañanas de invierno, eran tremendamente frías. El piso no disponía de calefacción, pero
siempre encontraba bajo la mesa de la cocina, la estufa encendida. Aquel olor del malte que preparaba su abuela, era el aroma más increíble del mundo para ella.
Le parecía estar recorriendo la casa en ese mismo instante.
La cocina, como casi todas, por de aquel entonces, era tremendamente grande. Antes de entrar, tras pasar el vestíbulo, quedaba a mano izquierda la galería. Por ella podías contemplar el patio interior, en donde cuando salías a tender, podías conversar con las vecinas. Aquellos toldos de flores estampadas, de colores intensos, tenían la misión de proporcionar un poco de intimidad. Aunque no fuera algo que preocupaba demasiado en aquellos tiempos.
El lavadero, servía de entretenimiento cuando llegaba el verano. Le encantaba jugar a lavar la ropa con aquella pastilla de jabón de tajo, que casi no te cabía en las manos.
Conforme seguías avanzando, podías encontrarte con un gran armario que casi llenaba toda una pared. Fuerte y robusto, siempre le llamó la atención por el tallado que llevaba, por puertas y esquinas. Era impresionante.
La mesa, que siempre sirvió para todo, se encontraba repleta de todos los utensilios de escritorio, que su abuelo, usaba cada tarde.
El fregadero, junto a la cocina, era de un tamaño muy particular. A veces, llegaron hasta a bañarse en él.
Pese a que el piso disponía de un gran pasillo, en donde dos ventanales repletos de geranios
dejaban entrar cada día la luz del sol, la vida se concentraba en esa cocina, y en un pequeño cuartito de estar.
Parece que estuviera sentada en esos duros sofás de scay, color vino, en donde pasaron tantas horas viendo aquel televisor en blanco y negro, mientras cenaban.
La librería no era muy grande. Pero lo suficiente para guardar un clásico tocadiscos en color beige, que animaba las mañanas de los domingos, el televisor y una colección de novelas de
Agatha Christie, con la que jugaban a ver quién cogía la que tuviera la portada más terrorífica.
A la hora de dormir, todo el comedor cambiaba los muebles de lugar, para poder abrir aquella cómoda cama turca, o como ahora solemos decir, cama plegable, en donde compartía sueños con su hermana.
Las mantas arropaban aquellas noches tan frías, en donde el olor y el ambiente, se convirtieron en inolvidables.
Jamás podría olvidarse de todas las navidades pasadas entre aquellas paredes. La ilusión de encontrar un juguete, les hacía dormir plácidamente. Nunca tenían gran cantidad de regalos,
porque no disponían de economía suficiente para ello. Pero nunca le importó. Era feliz con una simple muñeca, aunque hubiera tenido que compartirla.
Años intensos, de sensaciones maravillosas, que de vez en cuando, volvían a su mente llenos de añoranza, y que le hacían derramar unas lágrimas.
Quizás porque sabía, que aquellas sensaciones, no podrían repetirse nunca más.
O quizás porque en el fondo, de vez en cuando, necesitaba de ellas.
-Melancolía-